La Princesa y la bola de jugar a bolos
Érase una vez que había un príncipe. Y por alguna razón al padre y a la madre del príncipe (el rey y la reina) se les metió en sus reales cabezas que ninguna princesa habría de ser lo bastante buena para su hijo a no ser que fuera capaz de notar la presencia de un guisante bajo cien colchones.
No es de extrañar, pues, que al príncipe le costara dar con una princesa. Cada vez que conocía a una chica guapa, su madre y su padre apilaban cien colchones uno encima del otro sobre un guisante y luego la invitaban a dormir en lo alto.
Cuando la princesa bajaba a tomar el desayuno, la reina le preguntaba:
-¿Qué tal has dormido, preciosa?
La princesa, muy educada, decía siempre:
-Bien, gracias.
Y entonces el rey le indicaba la puerta.
Así fue durante tres largos años. Como es lógico, nadie era capaz de notar la presencia de un guisante bajo cien colchones. Hasta que un día el príncipe conoció a la chica de sus sueños. Y decidió tomar cartas en el asunto. La noche en cuestión, antes de que la princesa se acostase, el príncipe colocó una bola de jugar a bolos bajo los cien colchones.
Cuando, a la mañana siguiente, la princesa bajó a desayunar, la reina le preguntó:
-¿Qué tal has dormido, preciosa?
-Siento decirlo -respondió la princesa-, pero creo que tendríais que cambiar el colchón. He tenido la sensación de dormir sobre un bulto tan grande como una bola de jugar a bolos.
El rey y la reina se miraron satisfechos.
Al poco, el príncipe y la princesa se casaron.
Y todos fueron felices, aunque no del todo honrados, y comieron perdices.
Fin.
No es de extrañar, pues, que al príncipe le costara dar con una princesa. Cada vez que conocía a una chica guapa, su madre y su padre apilaban cien colchones uno encima del otro sobre un guisante y luego la invitaban a dormir en lo alto.
Cuando la princesa bajaba a tomar el desayuno, la reina le preguntaba:
-¿Qué tal has dormido, preciosa?
La princesa, muy educada, decía siempre:
-Bien, gracias.
Y entonces el rey le indicaba la puerta.
Así fue durante tres largos años. Como es lógico, nadie era capaz de notar la presencia de un guisante bajo cien colchones. Hasta que un día el príncipe conoció a la chica de sus sueños. Y decidió tomar cartas en el asunto. La noche en cuestión, antes de que la princesa se acostase, el príncipe colocó una bola de jugar a bolos bajo los cien colchones.
Cuando, a la mañana siguiente, la princesa bajó a desayunar, la reina le preguntó:
-¿Qué tal has dormido, preciosa?
-Siento decirlo -respondió la princesa-, pero creo que tendríais que cambiar el colchón. He tenido la sensación de dormir sobre un bulto tan grande como una bola de jugar a bolos.
El rey y la reina se miraron satisfechos.
Al poco, el príncipe y la princesa se casaron.
Y todos fueron felices, aunque no del todo honrados, y comieron perdices.
Fin.
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